La Transfiguración de Brigham Young
El jueves 8 de agosto de 1844 es uno de los días más importantes en la historia de la restauración, pues ese día ocurrió un milagro ante los ojos de toda la Iglesia congregada: el pueblo vio a Brigham Young transfigurarse y se resolvió la crisis de la sucesión en la Iglesia. Esa mañana a las diez, en el bosque, tuvo lugar una reunión especial para elegir un director, de acuerdo con los arreglos que había hecho William Marks. Sidney Rigdon habló durante una hora y media sobre sus deseos de ser el director de la Iglesia, pero no conmovió a nadie y no dijo nada que lo hiciera destacarse como el verdadero líder. Brigham Young dijo a la congregación que de buena gana hubiera preferido pasar otro mes haciendo duelo por el Profeta muerto que verse obligado a atender tan pronto a la necesidad de nombrar un nuevo pastor. Mientras les dirigía la palabra, se transfiguró milagrosamente ante la congregación. Había presentes personas de todas las edades, las cuales escribieron después sobre sus experiencias. Benjamin F. Johnson, que en esa época era un joven de veintiséis años, lo recordaba así: “Tan pronto como empezó a hablar me puse de pie como sacudido, pues en todos los sentidos era la voz de José [Smith], y su persona, el aspecto, la actitud, la vestimenta y la apariencia eran las del mismo José personificado; e instantáneamente supe que el espíritu y el manto de José descansaban sobre él” . Zina Huntington, que era entonces una señorita de veintiún años, dijo que “el presidente Young hablaba, pero era la voz de José Smith, no la de Brigham Young. Su persona misma cambió... cerré los ojos; y habría podido exclamar: £Sé que es la voz de José Smith! Sin embargo, sabía que él ya no estaba. Pero el mismo espíritu estaba con la gente”. George Q. Cannon, un muchacho de quince años por aquel entonces, declaró que “era la voz del mismo José Smith; y no sólo era que su voz se oía, sino que a los ojos de los presentes era como si su propia persona estuviera enfrente de ellos... Vieron y también oyeron, con sus ojos y oídos naturales, y las palabras que se pronunciaron les llegaron al corazón acompañadas del persuasivo poder de Dios, y se sintieron llenos del Espíritu y de un gran gozo”. Wilford Woodruff testificó lo siguiente: “Si no lo hubiera visto con mis propios ojos, nadie habría podido convencerme de que no era José Smith quien hablaba”. Si se tienen presentes estas declaraciones, las palabras del mismo Brigham Young registrando los sucesos de ese día cobran un significado especial: “Se me llenó el corazón de compasión hacia ellos y, por el poder del Espíritu Santo, del espíritu de los Profetas, me fue posible consolar a los santos”. A continuación, la reunión se suspendió hasta las dos de la tarde. A esa hora se congregaron miles de miembros para asistir a lo que sabían que sería una reunión muy importante. Una vez que los quórumes del sacerdocio ocuparon sus lugares correspondientes, Brigham Young habló francamente sobre la propuesta de Sidney Rigdon de ser el guardián de la Iglesia y sobre su separación de José Smith durante los dos años anteriores. Profetizó con firmeza: “Todo el que quiera atraerse a un grupo de la Iglesia para que los siga, que lo haga si puede, pero no prosperará”. Continuó hablando y luego, volviendo al punto principal, dijo: “Si la gente desea que el presidente Rigdon os dirija, puede tenerlo; pero yo os digo que el Quórum de los Doce Apóstoles posee las llaves del Reino de Dios en todo el mundo. “Los Doce son nombrados por el dedo de Dios. Acá tenéis a Brigham, ¿le han flaqueado alguna vez las rodillas? ¿le han temblado los labios? Ahí tenéis a Heber [C. Kimball] y al resto de los Apóstoles, un cuerpo autónomo que tiene las llaves del sacerdocio, las llaves del Reino de Dios para todo el mundo: y esto es verdad, pongo a Dios por testigo. Ellos siguen a José [en autoridad] y son como la Primera Presidencia de la Iglesia”. Luego explicó que el hermano Rigdon no podía tener más autoridad que los Doce, puesto que ellos eran quienes tenían que ordenar al Presidente de la Iglesia; exhortó a todos a verlo como amigo y afirmó que si él estaba dispuesto a cooperar con los Apóstoles y escuchar su consejo, entonces podrían actuar en absoluta unidad. Después del discurso del presidente Young, que duró dos horas, hablaron Amasa Lyman, William W. Phelps y Parley P. Pratt, cada uno de ellos expresando elocuentemente su apoyo a la autoridad que poseían los Doce. A continuación, se levantó otra vez Brigham Young e hizo estas preguntas a la congregación: “¿Queréis que el hermano Rigdon se convierta en vuestro líder, vuestro guía, vuestro portavoz? El presidente Rigdon mismo desea que os haga otra pregunta primero, y es ésta: ¿Tiene la Iglesia el único deseo de sostener a los Doce Apóstoles como la Primera Presidencia de este pueblo?” Se presentó el asunto a votación y todos los presentes levantaron la mano; después, el presidente Young dijo: “Si hay alguien contrario a esta idea, cualquier hombre o mujer que no quiera que los Doce presidan, que levante la mano de la misma manera”. Nadie levantó la mano de la misma manera”. Antes de dar fin a la conferencia, el presidente Young pidió la aprobación de los miembros en los asuntos siguientes: imponer el diezmo a los miembros a fin de completar el templo, mandar a los Doce a predicar por todo el mundo, pagar los gastos de la Iglesia, enseñar a los obispos cómo manejar los asuntos de negocios de la Iglesia, nombrar a un patriarca general para reemplazar a Hyrum Smith, y sostener a Sidney Rigdon con fe y oraciones. Con eso concluyó la conferencia. Una vez más, la Iglesia tenía una presidencia, el Quórum de los Doce Apóstoles, con Brigham Young como Presidente. Tomado: Historia de la Iglesia