Predicad mi Evangelio

11.01.2011 18:32

Elder Rubén L. Spitale De los Setenta

“¿Debe todo joven digno servir en una misión? La respuesta del Señor es: “Sí”. Y los que no estén preparados todavía, deben prepararse.”

A los pocos meses de haberme bautizado en la Iglesia, un joven que acababa de regresar de su misión dio su testimonio en la reunión sacramental. Miró a todos los jóvenes que estábamos allí sentados y dijo: “Veo que hay varios que podrían estar preparándose para servir una misión”. Yo pensé: “Jamás voy a ser misionero”. Siguió transcurriendo el año y en el mes de diciembre se llevó a cabo un servicio devocional presidido por la presidencia de estaca, acompañados por el presidente de la misión. No entiendo bien lo que ocurrió allí, pero al salir de la reunión sabía que tenía que servir en una misión.

¿Debe todo joven digno servir en una misión?

La respuesta del Señor es: “Sí”. Y los que no estén preparados todavía, deben prepararse. ¿Por qué debemos servir en una misión? La respuesta la da el Salvador a través de Sus Escrituras: “Porque, en verdad, la voz del Señor se dirige a todo hombre, y no hay quien escape; ni habrá ojo que no vea, ni oído que no oiga, ni corazón que no sea penetrado.

“Y la voz de amonestación irá a todo pueblo por boca de mis discípulos, a quienes he escogido en estos últimos días.

“E irán y no habrá quien los detenga, porque yo, el Señor, los he mandado.” (DyC 1: 2,4-5)

¿Hay gozo en la misión? Corría el año 1980; me encontraba en Santa Rosa, La Pampa. Caminábamos con mi compañero, llamando a las puertas de muchos hogares. De uno de ellos salió un hombre y nos atendió muy amablemente. Nos dijo que él no tenía interés, pero que tal vez, a su hija podría interesarle nuestro mensaje. Anotamos la dirección y continuamos nuestro camino.

Varios días después pasamos nuevamente frente a esa casa y le dije a mi compañero:

“¿Recuerda que aquí un hombre nos dijo que su hija podría tener interés en nuestro mensaje? ¿Quiere que pasemos?”

Volvimos, hablamos con ella y nos invitó a entrar en su casa. Le empezamos a enseñar el evangelio. Poco tiempo después ella se bautizó. Luego fui trasladado a otros lugares.

En una ocasión en que tuve que viajar a Bahía Blanca para asistir a una reunión de líderes de zona, llegamos a las oficinas de la misión. Al abrir la puerta, y para mi sorpresa, me encontré con la

hermana que habíamos enseñado en Santa Rosa.

“Hermana ¿Qué está haciendo aquí?”—le pregunté.

Ella me respondió: “Estoy esperando al presidente de la misión para que me aparte como misionera de tiempo completo”. No me había dado cuenta, pero ya había pasado un año desde su bautismo y se estaba yendo a la misión. Mi sorpresa y mi gozo fueron muy grandes.

Los años siguieron pasando y, en una ocasión, en que nos encontrábamos en el templo de Buenos Aires con mi esposa, de pronto vi una mujer en la recepción y le dije a mi esposa: “Ella es una de las hermanas que yo bauticé en la misión; vamos a saludarla.”

Después de más de veinte años volvía a verla; ahora en el templo, y otra vez, ¡qué gozo pude sentir!

El élder Le Grand Richards del Consejo de los Doce (1886-1983) contó lo siguiente en una ocasión:

“Escuché a un joven misionero en el Noroeste decir que él no aceptaría ni un millón de dólares a cambio de la experiencia de su misión. Yo estaba sentado detrás de él y me pregunté: “¿Aceptarías un millón de dólares por tu primera misión en la pequeña tierra de Holanda?” Comencé a contar la gente que yo había tenido el privilegio de conducir a la Iglesia, habiendo vivido como para ver a sus hijos e hijas, a sus nietos y ahora a sus bisnietos salir a sus misiones. ¿Qué tipo de hombre sería como para venderlos para que no estuvieran en la Iglesia por un millón de dólares? El hijo de uno de esos hombres por sí mismo ha dado lo suficiente por esta Iglesia; me compensa con creces por todo lo que yo he hecho.” (New Era, Mayo de 1980, pág. 33)

Me pregunté a mí mismo: ¿Yo aceptaría el millón de dólares? Por supuesto, la contestación fue la misma del joven.

El Señor nos ha mandado: “Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén” (Mateo 28: 19-20).

Queridos jóvenes que están en edad de servir misiones, y aun los matrimonios adultos que pueden cumplir varios tipos de misión, que el Señor les bendiga para que tomen la decisión apropiada y salgan. Jamás se arrepentirán de ello.

Quiero compartir con ustedes mi testimonio de estas cosas. Sé que nuestro Padre Celestial vive; nuestro Salvador Jesucristo también vive y Él pagó por cada uno de nuestros pecados; el Libro de Mormón es la palabra de Dios, José Smith vió al Padre y al Hijo en la Arboleda Sagrada y el Presidente Thomas S. Monson es nuestro Profeta para estos días.