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¿El fútbol o la misión?

25.12.2010 21:50

Como les sucede a otros futuros misioneros, Lohran Saldanha Queiroz tuvo que decidir si serviría o no en una misión. Pero además de decidir si debía dejar la escuela, el trabajo, la familia y los amigos durante dos años, Lohran se enfrentó a otra decisión difícil: ¿servir en una misión o aprovechar la oportunidad de jugar profesionalmente al fútbol en Brasil?

Lohran, miembro del Barrio Barra da Tijuca, Estaca Jacarepaguá, Río de Janeiro, Brasil, lleva el fútbol en la sangre. A su padre, Milton, se le conoce como “Tita” en todo Brasil. Jugó profesionalmente en cinco países y ganó muchos títulos. Llegó a ser el máximo goleador del estado y jugó en el equipo nacional.

Tita se dio cuenta del talento de su hijo desde muy joven. “Crecí con una pelota de fútbol siempre cerca de mí”, recuerda Lohran. “Mi padre siempre me ha animado. Comencé a acompañarle a sus entrenamientos cuando tenía tres o cuatro años y he seguido en contacto con jugadores profesionales desde entonces”.

Lohran comenzó sus entrenamientos formales a los 6 años en México, país en el que jugaba su padre en aquella época; a los 12 ya jugaba en competiciones importantes con los mejores jugadores de Brasil, y a los 17 entró en la liga de juveniles, la perfecta plataforma para dar el salto al fútbol profesional. Lohran parecía destinado a estar entre los grandes del fútbol, pero pronto cumpliría 18 años y comenzó a pensar seriamente en el servicio misional.

Lohran explica el dilema: “Quería ser jugador de fútbol y quería ser misionero. En el mundo del fútbol, se espera que los jugadores pasen directamente del equipo juvenil a la liga profesional. Dejar de jugar durante dos años y después pretender que le contraten a uno a los 21 años resulta casi inconcebible”.

A los 17 años, Lohran tomó ciertas decisiones que le condujeron a lo que él considera el comienzo de su conversión. Se fijó la meta de leer el Libro de Mormón diariamente, de ayunar y de orar. Asistió a la Mutual, a las charlas fogoneras y a otras actividades de la Iglesia con mayor frecuencia, y cuando comenzó a trabajar con regularidad con los misioneros, experimentó un gran amor por las personas que visitaba y por las cuales oraba. Deseaba que disfrutaran de las bendiciones del Evangelio. Su deseo de servir en una misión empezó a crecer. Pero, ¿cuándo sería el mejor momento para servir? ¿Y qué sería de su carrera futbolística tras una interrupción de dos años?

Lohran procuró averiguar la voluntad de Dios mediante el ayuno y la oración. Aquella misma semana, vio el último número de la revista Liahona en su casa y comenzó a hojearlo. Le atrajo el artículo “Sueños sobre hielo”, que trataba de Chris Obzansky, quien interrumpió una prometedora carrera en el patinaje sobre hielo para servir en una misión a los 19 años, con lo cual perdió la oportunidad de competir en las Olimpíadas de Invierno de 2006.

Una parte del artículo le llamó en particular la atención: Mientras Chris se hallaba en la reunión sacramental escuchando el discurso del presidente de los Hombres Jóvenes acerca de su propio llamamiento misional, el Espíritu le susurró: “Debes servir en una misión cuando cumplas 19 años o vas a tener una vida dura”. Chris dijo: “El mensaje fue tan claro que me di vuelta para ver si había alguien ahí. La impresión volvió más fuerte unas diez veces más y sabía que tenía que irme a la misión”.

 “Cuando leí aquello, sentí que se había escrito para mí. Los 19 años es la edad prescrita por el Señor. Me di cuenta de que ésta era la respuesta que necesitaba, y fue como si me quitaran un enorme peso de encima”. El momento de servir para Lohran en una misión era ahora. Habló con su obispo, hizo los preparativos necesarios y nunca echó la vista atrás. “Ni siquiera me fue difícil tomar la decisión de dejar atrás el fútbol”, dice, “porque supe que era el momento de hacerlo”.

Lohran sirvió en la capital de su país, en la Misión Brasil Brasilia. Le llamaban “el élder Feliz” por su entusiasmo contagioso. “Me siento excepcionalmente feliz sirviendo a los demás, compartiendo con ellos lo que sé que es verdadero”, dice. “Es una gran satisfacción ver cómo cambia la vida de las personas después de conocer el Evangelio”.

No obstante, como todos los misioneros, también experimentó momentos difíciles. “Obviamente, en la vida misional no todo es de color rosa”, dice. “Hay dificultades, momentos de debilidad y soledad, pero todo eso no es nada en comparación con los tesoros de la misión. Son años que nunca olvidaré, que siempre llevaré en la mente, y lo que es más, en el corazón”.

Hace unos meses terminó su misión con éxito. Al encontrarse de nuevo en casa, se ha incorporado a un equipo de fútbol de Río de Janeiro y cree que se le presentarán aún más oportunidades de continuar con su carrera futbolística. Con gran fe dice: “Ahora estoy a la espera de que lleguen oportunidades, las oportunidades con las que nuestro Padre Celestial desee bendecirme”.

Tomado: Liahona, Jun 2007

El Grosellero

25.12.2010 21:47

Por el élder Hugh B. Brown

“Gracias, Señor Jardinero, por quererme lo suficiente para talarme”.

Algunas veces uno se pregunta si el Señor realmente sabe lo que debe hacer con nosotros; algunas veces uno se pregunta si sabe más que Él acerca de lo que uno debe hacer y debe llegar a ser. Me pregunto si podría contarles una anécdota que tiene que ver con un incidente que tuve durante mi vida en el que Dios me mostró que Él sabe lo que es mejor.

Vivía yo en Canadá, donde había comprado una granja que estaba un tanto deteriorada. Una mañana salí y vi un grosellero que había alcanzado aproximadamente dos metros de altura y estaba llegando a ser casi exclusivamente material para leña. No había ningún retoño ni grosellas. Antes de ir a Canadá, fui criado en una granja frutal de Salt Lake City y sabía lo que tenía que sucederle a ese grosellero, de manera que tomé unas tijeras podadoras, fui hasta el arbusto y lo corté, lo podé y volví a cortarlo hasta que no quedó nada, excepto un montón de tocones. Cuando terminé, empezaba a amanecer y me pareció ver arriba de cada uno de esos tocones algo que parecía como una lágrima, y pensé que el grosellero estaba llorando. Era yo entonces un tanto ingenuo (y todavía no he dejado de serlo por completo), lo miré, sonreí y dije: "¿Por qué estás llorando?". Pensé haber oído hablar al grosellero y creo que le oí decir esto: "¿Cómo pudiste hacerme esto? Estaba creciendo tan maravillosamente; estaba casi tan alto como el árbol de sombra y el frutal que se encuentran dentro de la cerca, y ahora me has talado. Todas las plantas del huerto me mirarán con desprecio porque no llegué a ser lo que debí haber sido. ¿Cómo pudiste hacerme esto? Creí que tú eras el jardinero aquí".

Eso es lo que pensé que había dicho el grosellero y estaba tan convencido de haberlo oído que le respondí: "Mira, pequeño grosellero, yo soy el jardinero aquí y sé lo que quiero que seas. No quería que fueras un árbol frutal ni un árbol de sombra; quiero que seas un grosellero, y algún día, pequeño arbusto, cuando estés cargado de fruta, me dirás: ‘Gracias, Señor Jardinero, por quererme lo suficiente para talarme. Gracias, Señor Jardinero’". Pasaron los años y me encontré en Inglaterra, donde era comandante de una unidad de caballería en el Ejército Canadiense Británico. Tenía el rango de oficial de campo y me sentía  orgulloso de mi puesto. Luego se presentó la oportunidad para llegar a ser general. Había pasado todos los exámenes y además tenía antigüedad. Con la muerte de un general del Ejército Británico, pensé que esa oportunidad se había hecho realidad cuando recibí un telegrama desde Londres que decía: "Preséntese en mi oficina a las diez de la mañana", firmado por el general Turner. Salí rumbo a Londres. Entré con gallardía en la oficina del general y lo saludé de forma apropiada, correspondiéndome él con la misma clase de saludo que un oficial mayor suele conceder, algo así como "¡Quítate de mi camino, gusano!". Me dijo: "Siéntese, Brown", y añadió:

"Lamento no poder hacer el nombramiento; usted lo merece y ha pasado todos los exámenes; además tiene antigüedad, ha sido un buen oficial, pero no me es posible hacer el nombramiento. Deberá regresar a Canadá como oficial de entrenamiento y transporte". Aquello por lo que había estado esperando y orando durante diez años quedó repentinamente fuera de mi alcance. Al rato él pasó a otra habitación para contestar el teléfono y yo encontré sobre su escritorio mi historial militar, al pie del cual estaba escrito: "ESTE HOMBRE ES MORMÓN". En aquellos días no éramos vistos con buenos ojos. Al ver eso, supe por qué no había sido nombrado. Él regresó y dijo: "Eso es todo, Brown". Lo saludé de nuevo, pero no con tanta gallardía, y salí. Abordé el tren y volví a mi pueblo, que estaba a ciento noventa kilómetros de distancia, con un corazón entristecido y con amargura en el alma. El rechinido de las ruedas parecía decir: "Eres un fracasado". Cuando volví a mi tienda, estaba tan amargado que tiré la capa y el cinto sobre el catre. Elevé los puños hacia el cielo y dije: "¿Cómo pudiste hacerme esto, Dios? He hecho todo lo que estaba de mi parte para prepararme; no hay nada que podría haber hecho, que no hubiera hecho. ¿Cómo pudiste hacerme esto?". Estaba tan amargado como la hiel. Luego oí una voz, y reconocí su tono. Era mi propia voz que decía: "Yo soy el jardinero aquí, y sé lo que quiero que hagas". La amargura abandonó mi alma y caí de rodillas cerca del catre para pedir perdón por mi ingratitud y amargura. Mientras me encontraba ahí, arrodillado, escuché un himno que estaban cantando en la tienda vecina. Un grupo de jóvenes mormones se reunía ahí regularmente cada martes por la noche. Por lo general yo me reunía con ellos; nos sentábamos en el suelo y efectuábamos una reunión de la Mutual. Mientras me encontraba arrodillado, suplicando perdón, oí que sus voces cantaban:

Mas si Él me llama a sendas que yo nunca caminé, confiando en Él, le diré: Señor, a donde me mandes, iré. (Himnos, N° 175)

Me puse de pie convertido en un hombre humilde; y ahora, casi cincuenta años más tarde, miro hacia arriba y digo: "Gracias, Señor Jardinero, por talarme, por quererme lo suficiente como para herirme". Veo ahora que no era prudente que yo llegara a ser general en ese tiempo, porque si así hubiera sido, habría sido oficial mayor de todo Canadá Occidental, con un atractivo salario vitalicio, un lugar donde vivir y una buena pensión; pero habría criado a mis seis hijas y dos hijos en cuarteles del ejército. Indudablemente se habrían casado fuera de la Iglesia y creo que yo no habría llegado a mucho. De todos modos, hasta ahora no he llegado a mucho, pero he hecho más que lo que habría hecho si el Señor me hubiese dejado ir en la dirección que yo quería. Muchos de ustedes tendrán experiencias muy difíciles: desaliento, desilusión, aflicción, derrota. Serán probados, pero si no obtienen lo que creen merecer, recuerden que Dios es el jardinero aquí; Él sabe lo que Él desea que lleguen a ser; sométanse a Su voluntad; sean dignos de Sus bendiciones y las recibirán.

 Tomado: BibliotecaSUD;

Revisado Administrador Legacy

Me perdí la final del Mundial

25.12.2010 21:44

En Brasil, el deporte predilecto de todo el mundo es el fútbol, y no hay acontecimiento deportivo más grande que el Mundial; así que, cuando Fabiana Silva, miembro del Barrio Brasil, Estaca Vitória da Conquista, ganó un concurso y se le premió con un viaje al Mundial de 1998 en Francia, estaba entusiasmadísima. Lo que no sabía es que esto se convertiría en una oportunidad misional.

A los otros ganadores del concurso no les pasaron inadvertidas las normas de Fabiana a medida que asistían a cada partido de fútbol hasta la final de Brasil contra Francia. Respetaban su modestia en el vestir, su actitud positiva y su manera correcta de hablar. Sin embargo, ese respeto se tornó en incomprensión cuando les dijo que no asistiría a la final porque tendría lugar en domingo.

A pesar de la presión e incluso de la burla del grupo, Fabiana se mantuvo firme. El domingo se quedó leyendo las Escrituras en su habitación del hotel, ya que no sabía dónde encontrar una capilla local. Brasil perdió el partido y el grupo regresó a su país.

Unas semanas más tarde, Fabiana tuvo la sorpresa de recibir una carta de Fábio Fan, uno de los ganadores del concurso que vivía en otra región del país en la que decía que había quedado impresionado por sus principios y que estaba investigando la Iglesia. Más tarde le envió otra carta; ¡se había bautizado! A partir de ahí, Fábio guió a otros miembros de su familia a la Iglesia y sirvió en una misión.

Fabiana también sirvió en una misión en Campinas, Brasil, para la cual se encontraba bien preparada porque ya había aprendido que “el mejor folleto que podemos ofrecer es lo bueno de nuestra propia vida”  y el ejemplo que demos.

Tomado:  Gordon B. Hinckley, “Apacienta mis ovejas”, Liahona, julio de 1999, pág. 121

Cuidaos del orgullo

24.12.2010 00:45

Por el Presidente Ezra Taft Benson, Abril 1989

"El orgullo es el pecado universal, el gran vicio . . . El orgullo es la gran Piedra de tropiezo de Sión".

Mis amados hermanos, me regocijo de estar con vosotros en otra gloriosa conferencia general de la Iglesia. Cuan agradecido estoy por el amor, las oraciones y el servicio de los devotos miembros de la Iglesia que hay en todo el mundo.

Quisiera elogiar a los santos fieles que están esforzándose por inundar la tierra con el Libro de Mormón y absorber sus enseñanzas ellos mismos. No sólo debemos sacar a luz, de manera extraordinaria, mas ejemplares de este libro, sino que debemos hacer penetrar en nuestra propia vida y en toda la tierra mas de sus maravillosos mensajes. Este libro sagrado se escribió para nosotros, para nuestros días. Debemos aplicar sus enseñanzas a nosotros mismos (véase I Nefi 19:23).

Doctrina y Convenios nos dice que el Libro de Mormón es el registro de un pueblo caído" (véase D. y C. 20:9). ¿Y por que cayó ese pueblo? Ese es uno de los mensajes principales del Libro de Mormón. Mormón mismo da la respuesta en los últimos capítulos del libro con estas palabras:

    "He aquí, el orgullo de esta nación, o sea el pueblo de los nefitas, ha sido la causa de su destrucción a menos que se arrepientan." (Moroni 8:27.)

Y luego, no sea que podamos perder el significativo mensaje del Libro de Mormón que nos legó ese pueblo caído, el Señor nos advierte en Doctrina y Convenios:

    Cuidaos del orgullo, no sea que lleguéis a ser como los nefitas de la antigüedad" (D. y C. 38:39).

Sinceramente deseo la ayuda de vuestra fe y vuestras oraciones al tratar de aclarar este mensaje del Libro de Mormón sobre el pecado del orgullo. Este es un mensaje que he tenido pesándome sobre el alma durante algún tiempo ya. Sé que el Señor quiere que os lo comunique ahora a vosotros.

En el concilio preterrenal, fue el orgullo lo que hizo caer a Lucifer, el hijo de la mañana (véase 2 Nefi 24:12-15; D. y C. 76:25-27; Moisés 4:3). Al llegar el fin de este mundo, cuando Dios purifique la tierra con fuego, los orgullosos serán quemados como estopa y los mansos heredaran la tierra (véase 3 Nefi 12:5, 25: 1; D. y C. 29:9; JS-H I :37; Malaquías 4:1).

En Doctrina y Convenios el Señor emplea tres veces la frase cuídate del orgullo", y hace una advertencia a propósito de él al segundo élder de la Iglesia, Oliverio Cowdery, y a Emma Smith, esposa del Profeta (D. y C. 23: 1; véase también 25: 14; 38:39). El orgullo es un pecado muy mal interpretado y muchos pecan en la ignorancia (véase Mosíah 3:11; 3 Nefi 6: 18). En las Escrituras no hay nada que hable de un orgullo justo, sino que siempre se considera un pecado. Por lo tanto, sea cual sea la forma en que el mundo emplee la palabra, nosotros debemos entender la forma en que Dios la emplea para poder comprender el lenguaje de las Sagradas Escrituras y sacar provecho de ellas (véase 2 Nefi 4: 15; Mosíah 1:3-7; Alma 5:61).

La mayoría de nosotros piensa en el orgullo como egotismo, vanidad, jactancia, arrogancia o altivez; aunque todos estos son elementos que forman parte de ese pecado, su núcleo no esta en ellos. La característica principal del orgullo es la enemistad: enemistad hacia Dios y enemistad hacia nuestros semejantes. Enemistad significa aversión, odio, resentimiento" u oposición. Es el poder por el cual Satanás desea dominarnos. El orgullo en su naturaleza fomenta la competencia. Oponemos nuestra voluntad a la de Dios. Cuando lo hacemos blanco a Él de nuestro orgullo, es con la actitud de decir: "Que se haga mi voluntad y no la tuya". Como dijo Pablo, "todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús' ' (Filipenses 2:21). Nuestra voluntad en competencia con la de Dios deja que nuestros deseos, apetitos y pasiones corran desenfrenados (véase Alma 38:12; 3 Nefi 12:30).

Los orgullosos no pueden aceptar que la autoridad de Dios de dirección a su vida (véase Helamán 12:6). Ellos oponen sus percepciones de la verdad contra el conocimiento omnisciente de Dios, su capacidad contra el poder del Sacerdocio de Dios, sus propios logros contra las obras grandiosas de Él. Nuestra enemistad contra Dios puede ir marcada con etiquetas variadas, como la rebelión, la dureza de corazón, la dureza de cerviz, la impiedad, la vanidad, la facilidad para ofenderse y el deseo de recibir señales. Los orgullosos quieren que Dios este de acuerdo con ellos; pero no tienen interés en cambiar de opinión para que la suya este de acuerdo con la de Dios.

Otro aspecto importante de este pecado tan prevaleciente es la enemistad hacia nuestros semejantes. Diariamente nos vemos tentados a elevarnos por encima de los demás y disminuirlos a ellos (véase Helamán 6: 17; D. y C. 58:41). Los orgullosos hacen de toda persona su adversario oponiendo a los demás su intelecto, opiniones, trabajos, posesiones, talento y otros valores mundanos. Según las palabras de C. S. Lewis: El orgullo no encuentra placer en poseer algo, sino en poseerlo en mayor cantidad que el vecino. . . Lo que nos enorgullece es la comparación, el placer de colocarnos por encima de los demás. Una vez que desaparece el elemento de competencia, el orgullo deja de existir. (Mere Christianity, Nueva York: Macmillan, 1952, págs. 109-1 10.)

En el concilio preterrenal, Lucifer presentó su propuesta en competencia con el plan del Padre, por el que Jesús abogaba (véase Moisés 4: 13). Lucifer quería recibir honor por encima de todos los demás (véase 2 Nefi 24:13). En resumen, su orgulloso deseo era destronar a Dios (véase D. y C. 29:36; 76:28).

Las Escrituras están repletas de evidencias de las graves consecuencias que trae el pecado del orgullo al hombre individualmente o en grupos, a las ciudades y las naciones. Antes del quebrantamiento es [el orgullo]" (Proverbios 16:18). Eso fue lo que destruyó a la nación nefita y a la ciudad de Sodoma (véase Moroni 8:27; Ezequiel 16:49-50).

Por el orgullo Cristo fue crucificado. Los fariseos estaban irritados porque Jesús proclamaba ser cl Hijo de Dios, lo cual ponía en peligro la posición de ellos, y por eso tramaron su muerte (véase Juan 11:53). Saúl se convirtió en enemigo de David por causa del orgullo. Estaba celoso porque la multitud de las mujeres de Israel cantaban diciendo: Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles (I Samuel 18 6-8). Los orgullosos temen mas al juicio de los hombres que al juicio de Dios (véase D. y C. 3:6-7; 30: 1-2; 60:2). La idea Que pensaran los demás pesa mas para ellos que la de "Que pensara Dios de mí". El rey Noé estaba a punto de liberar al profeta Abinadí, pero sus malvados sacerdotes apelaron a su orgullo y esto envió a Abinadí a la hoguera (véase Mosíah 17:11-12). Herodes se entristeció ante la exigencia de su esposa de que le cortara la cabeza a Juan el Bautista; pero su orgulloso deseo de quedar bien ante los ojos "de los que estaban con él a la mesa" le hizo mandar matar a Juan (Mateo 14:9; véase también Marcos 6:26).

El temor de los juicios de los hombres se manifiesta en la competencia que tiene lugar por lograr la aprobación de los demás. Los orgullosos aman "mas la gloria de los hombres que la gloria de Dios" (Juan 12:42-43). El pecado se manifiesta en los motivos que tenemos para hacer lo que hacemos. Jesus dijo que Él hacia siempre lo que le agradaba al Padre (véase Juan 8:29). ¿No seria mejor que nuestro motivo fuera agradar a Dios en lugar de tratar de colocarnos por encima de nuestros hermanos y tratar de superarlos? A algunos orgullosos no les preocupa tanto que su salario sea suficiente para sus necesidades como que sea mayor de lo que ganan otros. Hallan su recompensa en estar un poquito por encima de los demás. Esta es la enemistad del orgullo. Cuando el orgullo se apodera de nuestro corazón, perdemos nuestra independencia del mundo y entregamos nuestra libertad al cautiverio de los juicios humanos. La voz del mundo resuena mas fuerte que los susurros del Espíritu Santo. El razonamiento de los hombres triunfa sobre las revelaciones de Dios y los orgullosos se sueltan de la barra de hierro (véase 1 Nefi 8:19-28; 11:25; 15:23-24).

El orgullo es un pecado que se puede observar fácilmente en los demás, pero que raramente admitimos en nosotros mismos. La mayoría de nosotros lo considera un pecado de los que están en la cumbre, como los ricos y los eruditos, mirándonos a nosotros "por encima del hombro (véase 2 Nefi 9:42). Sin embargo, hay una dolencia mucho más común entre nosotros, y es la del orgullo de los que están abajo mirando hacia arriba; este se manifiesta de diversas formas, como la critica, el chisme, la calumnia, la murmuración, la pretensión de gastar mas de lo que tenemos, la envidia, la codicia, la supresión de la gratitud y el elogio que podrían elevar a otro, y el rencor y los celos.

La desobediencia es esencialmente una lucha orgullosa por el poder en contra de alguien que tiene autoridad sobre nosotros. Puede tratarse de los padres, de un líder del sacerdocio, de un maestro y hasta de Dios. El orgulloso aborrece la idea de que haya alguien que este por encima de él, pues piensa que esto rebaja su propia posición. El egoísmo es uno de los aspectos más comunes del orgullo. "La forma en que todo me afecta a mí" es la idea central de lo que es importante para la persona: el orgullo de quien es, la autocompasión, el interés por la fama del mundo, la gratificación de los deseos personales y de los propios intereses.

El orgullo da como resultado combinaciones secretas que se establecen para lograr poder, "riquezas y la gloria del mundo" (véase Helamán 7:5; Eter 8:9, 16, 22-23; Moisés 5:31). Este fruto del pecado del orgullo, es decir, las combinaciones secretas, destruyó a las civilizaciones de los jareditas y los nefitas, y ha sido y será todavía la causa de la caída de muchas naciones (véase Eter 8: 18-25).

Otro aspecto del orgullo es la contención. Las discusiones acaloradas, las peleas, el dominio injusto, las grandes brechas entre las generaciones, el divorcio, el abuso de cónyuges, los tumultos y disturbios, todos encajan en esta categoría del orgullo. La contención en la familia aleja de ella al Espíritu del Señor; también aparta a muchas personas de su familia. Su expresión varia desde una palabra hostil hasta los conflictos mundiales. Las Escrituras nos dicen que [el orgullo] concebirá contienda" (Proverbios 13: 10; véase también 28:25).

Las Escrituras testifican que los orgullosos se ofenden fácilmente y guardan rencor por las ofensas (véase 1 Nefi 16: 1-3). Se niegan a perdonar a fin de mantener a la otra persona en el papel de deudor y de justificar sus malos sentimientos. El orgulloso no acepta mansamente los consejos ni la corrección (véase Proverbios 15:10; Amós 5:10). Se pone a la defensiva para justificar sus debilidades y sus faltas (véase Mateo 3:9; Juan 6:30-59).

El orgulloso depende del mundo para que le diga si vale algo o no. Su autoestima se determina según el lugar en que se le juzgue en la escala del éxito mundano. Se considera de valor si la cantidad de personas que están por debajo de él en logros, talento, belleza o intelecto es bastante grande. El orgullo es muy malo. Su concepto es: Si tu tienes éxito, yo soy un fracaso". Si amamos a Dios, hacemos su voluntad y tememos su juicio mas que el del hombre, sentiremos autoestima. El orgullo es un pecado condenatorio en todo el sentido de la palabra y limita o detiene el progreso (véase Alma 12:10-11). El orgulloso no es maleable de enseñar (véase 1 Nefi 15:3, 7: 11); no cambia su manera de pensar para aceptar la verdad, porque eso implicaría que ha estado equivocado.

El orgullo afecta todas nuestras relaciones: la que tenemos con Dios y sus siervos, la de marido y mujer, de padres e hijos, de patrón y empleado, de maestro y alumno, y de toda la humanidad. Según el nivel a que este nuestro orgullo, así trataremos a Dios y a nuestros hermanos. Cristo quiere elevarnos a su propia altura. ¿Deseamos nosotros lo mismo para nuestros semejantes? El orgullo apaga nuestro sentido de que descendemos de Dios y que todos somos hermanos; nos separa y divide en clases, de acuerdo con nuestras "riquezas" y nuestras oportunidades de educación académica (véase 3 Nefi 6: 12). La unidad es imposible entre un pueblo orgulloso, y a menos que seamos uno, no somos del Señor (véase Mosíah 18:21; D. y C. 38:27, 105:2-4; Moisés 7:18).

Pensad en lo que nos ha costado el orgullo en el pasado y en el precio que pagamos por el ahora, nosotros mismos, nuestra familia, la Iglesia. Pensad en el arrepentimiento que existiría con un cambio en la vida de las personas, con matrimonios sólidos, con hogares fuertes si el orgullo no nos impidiera confesar nuestros pecados y abandonarlos (véase D. y C. 58:43). , Pensad en los muchos miembros de la Iglesia que son menos activos porque han sido ofendidos y su orgullo no les permite perdonar ni sentarse a comer a la mesa del Señor. Pensad en las decenas de miles de jóvenes y de matrimonios que podrían estar en misiones si no fuera por el orgullo que les impide entregar por completo su corazón a Dios (véase Alma 10:6; Helamán 3:34 35). Pensad en cuanto aumentaría la obra del templo si fuera más importante dedicarnos a ese servicio sagrado que a los diversos intereses vanos que nos roban el tiempo.

El orgullo nos afecta a todos, en momentos diferentes y con distinta intensidad. En esto se puede ver por que el edificio que estaba en el sueño de Lehi y que representaba el orgullo del mundo" era "vasto y espacioso y se reunieron en el grandes multitudes (véase I Nefi 8:26, 33; 11:35-36). 0El orgullo es el pecado universal, el gran vicio. Si, es el pecado universal, el gran vicio. Su antídoto es la humildad, la mansedumbre, la docilidad (véase Alma 7:23). Es el corazón quebrantado y el espíritu contrito (véase 3 Nefi 9 20, 12- 19; 1) y C 20:37, 59:8; Salmos 34:18; Isaías 57: 15, 66:2). Como lo expresó tan acertadamente Rudyard Kipling en un himno:

    "Huecos los gritos y el clamor,

    los reyes vano poder son.

    Este sacrificio quiere el Señor:

    un contrito y humilde corazón.

    "Dios de las huestes, gran Jehová,

    no nos permitas olvidar,

    no nos permitas olvidar."

    (Traducción libre. Véase "Dios de nuestros padres", Himnos, 113.)

Dios quiere un pueblo humilde. Podemos elegir entre ser humildes por decisión propia o porque se nos obligue a serlo. Alma dijo: "Benditos son aquellos que se humillan sin ser obligados a ser humildes" (Alma 32: 16). Por lo tanto, tomemos la decisión de ser humildes.

Podemos ser humildes venciendo la enemistad hacia nuestros hermanos, amándolos como a nosotros mismos y elevándolos hasta nuestra altura o por encima de nosotros (véase D. y C. 38:24; 81:5; 84:106). Podemos ser humildes aceptando los consejos y las amonestaciones que se nos dan (véase Jacob 4:10; Helamán 15:3; D. y C.63:55, 101:4-5, 108:1; 124:61, 84; 136:31; Proverbios 9:8). Podemos ser humildes perdonando a aquellos que nos hayan ofendido (véase 3 Nefi 1 3: 11, 14; D. y C. 64: 10). Podemos ser humildes sirviendo con abnegación (véase Mosíah 3:16-17). Podemos ser humildes cumpliendo misiones y predicando la palabra que hará humildes también a otras personas (véase Alma 4:19; 31 :35; 48:20). Podemos ser humildes asistiendo con mas frecuencia al templo. Podemos ser humildes confesando y abandonando nuestros pecados y naciendo nuevamente de Dios (véase D. y C. 58:43; Mosíah 27:25-26; Alma 5:7-14, 49). Podemos ser humildes amando a Dios, sometiendo nuestra voluntad a la suya y dándole a Él el lugar de prioridad en nuestra vida (véase 3 Nefi 11: 11, 13:33; Moroni 10:32).Tomemos la decisión de ser humildes. Podemos hacerlo; yo sé que podemos.

Mis queridos hermanos, debemos prepararnos para redimir a Sión. Lo que nos impidió establecer a Sión en los días del profeta José Smith fue principalmente el pecado del orgullo. Y este mismo pecado fue lo que puso fin al cumplimiento de la ley de consagración entre los nefitas (véase 4 Nefi 1:24-25).

El orgullo es la gran piedra de tropiezo para Sión. Repito, el orgullo es la gran piedra de tropiezo para Sión. Debemos limpiar lo interior del vaso venciendo el orgullo (véase Alma 2 4; Mateo 23:25-26). Debemos someternos "al influjo del Espíritu Santo, despojarnos "del hombre natural" orgulloso, convertirnos en santos por medio de la expiación de Cristo el Señor" y volvernos como niños: sumisos, mansos, humildes (véase Mosíah 3:19; véase también Alma 13:28).

Que podamos hacerlo así y seguir adelante cumpliendo nuestro destino divino, es mi ferviente oración, en el nombre de Jesucristo. Amén

El llamamiento divino de un misionero

24.12.2010 00:43

Por élder Ronald A. Rasband De la Presidencia de los Setenta

El Señor necesita que todo joven capaz se prepare y se vuelva a comprometer, a partir de esta noche, a ser digno de un llamado del profeta de Dios de servir en una misión. Buenas noches, mis queridos hermanos del sacerdocio. Esta noche me gustaría hablar del servicio misional. Dirijo mis palabras al enorme ejército de hombres jóvenes que poseen el Sacerdocio Aarónico que están reunidos por todo el mundo, y a los padres, abuelos y líderes del sacerdocio que velan por ellos.

La obra misional es un tema muy querido para mí, como lo es para todos los miembros de los ocho Quórumes de los Setenta, a quienes el Señor ha nombrado para que vayan “delante de sí a toda ciudad y lugar a donde él [ha] de ir”. La obra misional es el alma de la Iglesia y la bendición que salva la vida de todos los que acepten su mensaje.

Cuando el Maestro ministró entre los hombres, llamó a pescadores en Galilea para que dejaran sus redes y lo siguieran, y les declaró: “…os haré pescadores de hombres”. El Señor dio esos llamamientos a hombres humildes para que, por medio de ellos, otros oyeran las verdades de Su evangelio y vinieran a Él.

En junio de 1837, el profeta José Smith llamó a Heber C. Kimball, un apóstol, a servir en una misión en Inglaterra. El llamamiento del élder Kimball llegó cuando los dos estaban sentados en el Templo de Kirtland, y José habló con autoridad divina: “Hermano Heber, el Espíritu del Señor me ha susurrado: ‘Que mi siervo Heber vaya a Inglaterra y proclame el Evangelio y abra la puerta de la salvación para esa nación’”.

Ese susurro del Espíritu es un ejemplo de cómo llega el llamamiento a los siervos del Señor para enviar misioneros a sus áreas de trabajo.

Hoy los misioneros salen de dos en dos como lo señaló el Señor, llevando el mismo mensaje, con el mismo llamamiento divino de servir, proveniente de un profeta de Dios. Nuestro profeta, el presidente Thomas S. Monson, ha dicho de los que son llamados a servir: “La máxima oportunidad misional de su vida está a su alcance; las bendiciones de la eternidad los aguardan; tienen el privilegio de no ser espectadores sino participantes en el escenario del servicio del sacerdocio”.

El escenario les pertenece, mis queridos jóvenes del Sacerdocio Aarónico. ¿Están listos y dispuestos a desempeñar su papel? El Señor necesita que todo joven capaz se prepare y se vuelva a comprometer, a partir de esta noche, a ser digno de un llamado del profeta de Dios de servir en una misión.

Recuerdo con cariño la gran alegría de toda nuestra familia cuando dos de nuestros hijos recibieron sus llamamientos para servir como misioneros de tiempo completo. Nuestro corazón estaba lleno de entusiasmo y expectativa cuando cada uno abrió la carta especial del profeta de Dios. Nuestra hija Jenessa fue llamada a servir en la Misión Michigan Detroit; y nuestro hijo Christian a la Misión Rusia Moscú Sur. ¡Qué experiencias tan emocionantes que a la vez nos hicieron sentir humildes!

Hace algunos años, cuando mi esposa y yo tuvimos el privilegio de presidir la Misión Nueva York Nueva York Norte, me maravillaba al ver llegar a los misioneros a la ciudad de Nueva York.

Al entrevistarlos el primer día de su misión, sentía profunda gratitud por cada misionero. Sentía que su llamamiento a nuestra misión había sido diseñado por Dios para ellos, y para mí, como su presidente de misión.

Al concluir nuestra asignación misional, el presidente Gordon B. Hinckley me llamó a servir como Setenta de la Iglesia. Como parte de mi capacitación inicial como nueva Autoridad General, tuve la oportunidad de sentarme con algunos miembros de los Doce cuando asignaban a misioneros para servir en una de las más de 300 misiones de esta gran Iglesia.

Con el permiso del presidente Henry B. Eyring, y alentado por él, me gustaría contarles una experiencia muy especial que tuvimos hace varios años cuando él era miembro del Quórum de los Doce. Cada uno de los apóstoles tiene las llaves del reino y las ejerce bajo la dirección y asignación del Presidente de la Iglesia. El élder Eyring estaba asignando misioneros a sus respectivas áreas de trabajo y, como parte de mi capacitación, se me invitó a observar.

Me reuní con el élder Eyring temprano por la mañana en un cuarto donde se habían preparado varios monitores grandes de computadoras para la sesión. También se encontraba allí un miembro del personal del Departamento Misional a quien se le había asignado ayudarnos ese día.

Primero nos arrodillamos juntos en oración. Recuerdo que el élder Eyring utilizó palabras muy sinceras al pedir al Señor que lo bendijera para saber “perfectamente” a qué lugar se debía asignar a los misioneros. La palabra “perfectamente” indica mucho en cuanto a la fe que el élder Eyring mostró ese día.

Para comenzar el proceso, aparecía en el monitor de la computadora la foto del misionero o la misionera a quien se daría la asignación. Al aparecer cada foto, me parecía como si el misionero o la misionera estuviera en el cuarto con nosotros. Entonces el élder Eyring saludaba al misionero con su voz gentil y agradable: “Buenos días, élder Reier o hermana Yang. ¿Cómo está usted hoy?”.

Me dijo que le gustaba imaginarse dónde concluirían su misión los misioneros; eso le ayudaba a saber a dónde se les debía asignar. Luego, el élder Eyring analizaba los comentarios de los obispos y los presidentes de estaca, las notas médicas y otros aspectos relacionados con cada misionero.

Después, miraba otra pantalla en donde aparecían las áreas y las misiones alrededor del mundo. Finalmente, según le indicaba el Espíritu, asignaba al misionero o a la misionera a su área de trabajo.

De otros miembros de los Doce he aprendido que ese método general es usual cada semana cuando los Apóstoles del Señor asignan a muchos misioneros a dar servicio por todo el mundo.

En vista de que años atrás yo había prestado servicio como misionero en mi país, en la Misión de los Estados del Este, esa experiencia me conmovió profundamente. Además, al haber servido como presidente de misión, estaba agradecido de tener otra confirmación en el corazón de que los misioneros que había recibido en la ciudad de Nueva York se me habían enviado por revelación.

Después de asignar a varios misioneros, el élder Eyring se dirigió a mí mientras reflexionaba sobre un misionero en particular y dijo: “Hermano Rasband, ¿a dónde cree que debe ir este misionero?”. ¡Me sobresalté! Le indiqué suavemente que no sabía, ¡y que tampoco sabía si yo podía saber! Me miró de frente y simplemente me dijo: “Hermano Rasband, preste más atención, ¡y también podrá saber!”. Después de eso, acerqué mi silla un poco más al élder Eyring y a los monitores, ¡y sí presté mucho más atención!

Un par de veces más al continuar el proceso, el élder Eyring se volvió hacia mí y me preguntó: “Bueno, hermano Rasband, ¿a dónde siente que debe ir este misionero?”. Yo le nombraba una misión en particular y el élder Eyring me miraba pensativo y decía: “¡No, no es esa!”, y asignaba al misionero a la misión a la que él había sentido que debía ir.

Casi al finalizar las asignaciones, apareció la foto de cierto misionero en la pantalla. Tuve una impresión muy fuerte, la más fuerte de toda la mañana, de que ese misionero que teníamos enfrente debía ser asignado a Japón. Yo no sabía si el élder Eyring me iba a preguntar sobre ese misionero, pero increíblemente lo hizo. Con vacilación y humildad le dije: “¿A Japón?”. El élder Eyring respondió de inmediato: “Sí, vayamos allí”. Aparecieron en el monitor las misiones de Japón, y en el acto supe que el misionero debía ir a la Misión Japón Sapporo.

El élder Eyring no me preguntó el nombre exacto de la misión, pero asignó al misionero a la Misión Japón Sapporo.

En lo profundo de mi corazón me sentí muy conmovido y sinceramente agradecido al Señor por permitirme tener esa impresión, y saber a dónde debía ir ese misionero.

Al terminar la reunión, el élder Eyring me testificó del amor que el Salvador tiene por cada uno de los misioneros asignados a salir al mundo a predicar el Evangelio restaurado. Dijo que es por el gran amor del Salvador que Sus siervos saben a dónde deben ir a prestar servicio esos maravillosos hombres y mujeres jóvenes, misioneros mayores y matrimonios misioneros. Recibí un testimonio más esa mañana de que cada misionero a quien se llama en esta Iglesia, y que se asigna o reasigna a una misión en particular, es llamado por revelación del Señor Dios Todopoderoso mediante uno de éstos, Sus siervos.

Concluyo con las palabras del Señor a los hermanos Whitmer, que desempeñaron un papel muy importante en los inicios de la Restauración. Ellos fueron testigos de las planchas de oro, y sus testimonios firmados se encuentran en las primeras páginas de cada ejemplar del Libro de Mormón. Ellos formaron parte del primer grupo de misioneros llamados por un profeta de Dios en 1829 para predicar el evangelio del Señor Jesucristo.

En el prefacio de la sección 14 de Doctrina y Convenios dice: “Tres de los hijos de la familia Whitmer, habiendo recibido cada uno de ellos un testimonio en cuanto a la autenticidad de la obra, se interesaron profundamente en el asunto de su deber individual”.

A John y Peter Whitmer, hijo, el Señor les dijo esto: “Porque muchas veces has deseado saber de mí lo que para ti sería de mayor valor”.

Supongo que muchos de ustedes, jóvenes, se han hecho la misma pregunta. Aquí está la respuesta del Señor: “Y ahora bien, he aquí, te digo que lo que será de mayor valor para ti será declarar el arrepentimiento a este pueblo, a fin de que traigas almas a mí, para que con ellas reposes en el reino de mi Padre”.

A estas alturas de su vida, mis jóvenes amigos, un llamamiento misional del Señor es la obra más importante que pueden hacer. Prepárense ahora, vivan con rectitud, aprendan de su familia y de sus líderes de la Iglesia, y únanse a nosotros para edificar el reino de Dios sobre la tierra: acepten su nombramiento divino en “una causa tan grande”7. Ésta es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo. Amén

EL PELIGRO DE LAS CUÑAS OCULTAS

24.12.2010 00:40

En abril de 1966, durante la conferencia general anual de la Iglesia, el élder Spencer W. Kimball (1895–1985), del Quórum de los Doce Apóstoles, dio un discurso memorable en el que compartió un relato escrito por Samuel T. Whitman titulado Las cuñas olvidadas. También yo quiero hoy citar el relato de Samuel T. Whitman y después compartir ejemplos de mi propia vida.

Whitman escribió: “[Ese invierno] la tormenta de hielo no había sido muy destructiva. Cierto es que se habían caído algunos cables eléctricos y que había en la carretera más accidentes que de costumbre… En circunstancias normales, el enorme nogal habría podido sostener sin problemas el peso que se había creado en sus ramas; fue la cuña de hierro incrustada en su corazón la que provocó el daño.

“La historia de la cuña de hierro tuvo su origen varios años antes, cuando el hoy canoso agricultor [que ahora vivía en esa propiedad donde había estado el árbol] era un jovencito que crecía en el hogar de su padre. En aquel entonces, el aserradero había sido trasladado recientemente del valle y los pobladores del lugar aún encontraban herramientas y piezas sueltas del equipo tiradas por todas partes…

“Ese día en particular, [el muchacho había encontrado] una cuña de leñador, ancha, chata y pesada, de unos 30 centímetros de largo y bastante gastada por los golpes que había recibido. [La cuña de leñador se utilizaba para ayudar a derribar un árbol; ésta se colocaba en una hendidura hecha con una sierra y después se le golpeaba con fuerza con un mazo de hierro a fin de ensanchar el corte]… Como se le había hecho tarde para la cena, el joven colocó la cuña… entre las ramas del tierno nogal que su padre había plantado cerca del portón de la entrada y pensó en llevarla al depósito después de la cena o en algún otro momento que pasara por allí.

“De verdad tuvo la intención de hacerlo, pero nunca lo hizo. [La cuña] estaba todavía allí, un poco apretada por las ramas, cuando él se hizo hombre. Seguía allí, ahora firmemente encajada, cuando él se casó y se hizo cargo de la granja de su padre. Estaba casi incrustada aquel día en que los peones que trabajaban en la trilla comieron a la sombra del árbol… Clavada y olvidada, la cuña todavía permanecía allí cuando azotó la tormenta de granizo.

“En el helado silencio de aquella noche de invierno… una de las tres ramas principales se quebró y cayó a tierra. Eso causó que el resto de la copa del árbol perdiera su estabilidad y se desplomara también. Después de la tormenta, no quedaban vestigios de lo que una vez había sido un hermoso árbol.

“Al día siguiente, bien temprano, el agricultor salió a lamentar su pérdida…

“Entonces, sus ojos vieron algo en medio de aquel desastre: ‘La cuña’, musitó con tono de reproche, ‘la cuña que encontré en los pastos del sur’. Una rápida mirada le hizo darse cuenta de por qué se había caído el árbol. Incrustada en el tronco, la cuña había impedido que las fibras de las ramas se entrelazaran como era de esperar”.

Las cuñas de nuestra vida

Existen cuñas escondidas en la vida de muchas personas que conocemos; sí, quizás hasta en nuestra propia familia.

Quisiera compartir con ustedes el relato de un amigo de siempre que ya ha partido de la vida terrenal. Se llamaba Leonard y no era miembro de la Iglesia, aunque su esposa y sus hijos sí lo eran. Su esposa prestó servicio como presidenta de la Primaria; su hijo sirvió honorablemente en una misión; y tanto su hija como su hijo contrajeron matrimonio con sus parejas en ceremonias solemnes y criaron sus propias familias.

Como yo, todo el que conocía a Leonard lo apreciaba. Él apoyaba a su esposa y a sus hijos en las asignaciones de la Iglesia y asistía con ellos a muchas actividades organizadas por ésta. Llevó una vida buena y limpia, sí, una vida de servicio y de bondad. Su familia y en realidad muchas otras personas se preguntaban por qué Leonard había pasado por esta vida terrenal sin las bendiciones que el Evangelio brinda a sus miembros.

Durante sus últimos años, la salud de Leonard se deterioró y finalmente tuvo que ser hospitalizado; su vida se consumía poco a poco. En la que sería mi última conversación con él, me dijo: “Tom, te conozco desde que eras niño y creo que debo explicarte por qué nunca me uní a la Iglesia”. Me contó entonces algo que les había sucedido a sus padres y que había tenido lugar muchísimos años antes. Muy a su pesar, la familia había llegado a un punto en el que se vio en la necesidad de vender su granja. Alguien les hizo una oferta que aceptaron pero, después, un vecino les pidió que le vendieran la granja a él —aunque a menos precio— y agregó: “Hemos sido tan amigos que si pudiera ser dueño de la propiedad, la cuidaría bien”. Al final, los padres de Leonard accedieron y vendieron la granja. El comprador —su vecino— tenía un cargo de responsabilidad en la Iglesia y la confianza que ese hecho implicaba persuadió a la familia a vendérsela a él, a pesar de no recibir tanto dinero como hubiera sucedido si se la hubieran vendido al primer comprador interesado en comprarla. Poco después de realizada la venta, el vecino vendió tanto su propia granja como la que había comprado a la familia de Leonard como si ambas fueran una sola propiedad, lo que incrementó su valor y, en consecuencia, el precio final de venta. La antigua interrogante de por qué Leonard nunca se había unido a la Iglesia por fin había quedado al descubierto: Siempre pensó que se había engañado a su familia.

Al término de la conversación, me contó que sentía que por fin se había librado de un gran peso al prepararse para encontrarse con su Hacedor. La tragedia es que una cuña escondida había impedido que Leonard se remontara a alturas más elevadas.

Optemos por amar

Conozco a una familia que llegó a los Estados Unidos procedente de Alemania. El idioma inglés les resultaba difícil y no poseían muchos bienes materiales, pero cada integrante de la familia fue bendecido con voluntad para trabajar y con amor por Dios.

Nació su tercer hijo, pero falleció al cabo de tan sólo dos meses. El padre, que era ebanista, hizo un hermoso ataúd para el cuerpo de su precioso hijo. El día del funeral fue sombrío, lo cual contribuía a la tristeza que sus seres queridos sentían por la pérdida sufrida. Mientras la familia caminaba hasta la capilla, con el padre portando el pequeño ataúd, se había congregado un pequeño número de amigos. Sin embargo, la puerta del centro de reuniones estaba cerrada con llave. El ocupado obispo se había olvidado del funeral y los intentos de ponerse en contacto con él resultaron inútiles. Sin saber qué hacer, el padre se colocó el ataúd bajo el brazo y, junto con su familia, regresó a casa caminando bajo una lluvia torrencial.

Si los miembros de esa familia hubieran tenido menos carácter, habrían culpado al obispo y habrían albergado cierto resentimiento. Cuando el obispo descubrió la tragedia, visitó a la familia y se disculpó; y con el dolor todavía evidente en su semblante, pero con lágrimas en los ojos, el padre aceptó la disculpa y los dos se abrazaron con espíritu de comprensión. No quedó ninguna cuña escondida que causara más sentimientos de enojo. Prevalecieron el amor y la tolerancia.

El Espíritu debe quedar libre de las fuertes cadenas y de los viejos rencores a fin de que el entusiasmo por la vida conceda optimismo al alma. En muchas familias hay sentimientos heridos y renuencia a perdonar. Independientemente de cuál haya sido el problema, no puede ni debe permitirse que siga causando daño. El seguir culpando a los demás mantiene abierta la herida; sólo el perdonar la cicatriza. George Herbert, poeta de principios del siglo XVII, escribió: “Quien no perdona a los demás destruye el puente por el cual debe pasar si desea alcanzar el cielo, ya que todos tenemos necesidad de ser perdonados”.

Qué hermosas son las palabras que el Salvador pronunció cuando estaba a punto de morir en la infame cruz: “…Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

El perdón

Hay personas que tienen dificultad para perdonarse a sí mismas y se concentran en lo que consideran sus defectos. Me gusta el relato de un líder religioso que, junto al lecho de muerte de una mujer, trataba en vano de consolarla. “Estoy perdida”, decía ella. “He arruinado mi vida y la vida de los que me rodeaban. No tengo esperanza”.

El hombre advirtió que sobre el tocador estaba la foto de una joven hermosa. “¿Quién es?”, le preguntó.

El rostro de la mujer se iluminó: “Es mi hija; lo único hermoso de mi vida”.

“¿La ayudaría usted si ella tuviera dificultades o hubiera cometido un error? ¿La perdonaría? ¿La seguiría amando?

Tomado:Liahona , Julio de 2007

Navegación Segura

24.12.2010 00:36

Los tiempos cambian y actualmente estamos en un nuevo mundo en lo que hace a la comunicación y oportunidades para que los niños se comuniquen y relacionen. Dos preguntas surgen: ¿Están ellos preparados para estos avances? ¿y nosotros?

En el tiempo que uno demora en hacer click con el mouse de una computadora, nuestros hijos pueden estar en línea y comunicarse con todos aquellos que estén dentro de su carpeta de contactos, que puede ser muy variada, tanto que si nos pusiéramos a investigarla, más de una vez llegaríamos a preocuparnos. No sería grave que encontremos parientes y amigos, compañeros de estudio o amigos de la Iglesia, todos que probablemente conozcamos personalmente o por referencia. Pero no sería de extrañar que aparezcan muchos que ni siquiera ellos conozcan personalmente, de esos ‘amigos’ que surgen de las salas de chats, blogs, Messengers, etc. y que en más de un oportunidad aparecen intempestivamente en nuestro monitor queriendo ser nuestros amigos virtuales, dejando en un simple click la opción de aceptarlo o no.

Cómo adultos y padres enfrentamos un doble desafío ante todo este bombardeo  de avances tecnológicos. Por un lado, muchas veces nos cuesta entenderlos y manejarlos, si es que nos animamos a hacer uso de ellos. Si bien es cierto que ofrecen increíbles ventajas, también como adultos estamos seriamente expuestos a riesgos severos si no mantenemos un firme código de conducta.

Por otro, aún cuando decidiéramos prescindir personalmente del uso, sería sumamente riesgoso hacerlo en nuestra función de padres y líderes porque dejaríamos de entender un aspecto importante en la vida de nuestros hijos y su vida social. No comprenderíamos mucho del lenguaje que usan y, lo que sería mucho más grave, no estaríamos en condiciones de advertir muchos peligros a los que, por inexperiencia y/o juventud, podrían exponerse por un mal uso o por enfrentarse inocentemente a personas malintencionadas virtuales, pero muy reales al momento de evaluar el daño que pueden hacer.

Para entender mejor estos peligros a los que niños y jóvenes de los que somos responsables están expuestos, es útil mencionar algunos conceptos y estadísticas que expertos y profesionales en el tema han dado:

• 15% de todos los sitios de Internet están relacionados directa o indirectamente con la pornografía.

• Sus hijos están a sólo 1-2 clicks con mouse de acceder a uno de ellos en cualquier momento, aun accidentalmente

• Estudios dicen que su hijo tiene un 100% de probabilidades de encontrarse con un pervertido en una sala de chat

• Hay 372 millones de páginas pornográficas

• 25% de las búsquedas están relacionadas con la pornografía

• El grupo de 8 a 16 años es el que más accede a páginas con este tipo de contenidos, mientras hacen tareas escolares

• El 35% de las descargas están relacionadas con el sexo

• Los ingresos de pornografía en EEUU exceden los ingresos combinados de los multimedios ABC, CBS, y NBC

Si bien estos datos pueden asustar tanto que nos lleve a la tentación de prohibir el uso de internet en el hogar, no es la solución y tal vez estaríamos haciendo un daño importante a nuestros hijos. Son demasiadas las ventajas que pueden obtener en su educación y formación como para privarlos de ellas. Así como seguramente dedicamos muchas horas a enseñarles como manejarse en la ciudad y los advertimos sobre las zonas peligrosas a las que ni siquiera deben acercarse, quizás sea la época de educarlos para que puedan circular por la Red manteniéndose alejados de zonas peligrosas.

Por ello, no podemos dejar de interesarnos en la tecnología que nuestros hijos manejan con la misma fluidez que el lápiz y la goma de nuestro tiempo de juventud.

Algunas sugerencias básicas que conviene que sean tratadas en una Noche de Hogar y sea decisión de familia.

Navegador

Busquen usar navegadores de nombre reconocido, como el Explorer, Netscape, Firefox, Google Chrome, etc. y en las Opciones de Internet relacionadas con la seguridad elijan por lo menos el nivel medio o medio-alto. Activen el Historial que nos permitirá tener un registro de las páginas y sitios visitados (y controlen que el mismo no sea cambiado).

Descargas

Internet puede ser una enorme fuente de programas, imágenes y juegos gratuitos. Sin embargo, también puede ocasionar problemas con los virus y otras formas de programas o software nocivos (troyanos, espías, etc.), así como pueden tener acceso a la memoria de su PC. De acuerdo a la madurez de los hijos establezcan normas para las descargas y no vendría mal que tanto los sitios como los materiales y programas a descargar pasen por su supervisión. Muchos sitios tienen la apariencia de ‘corderos’ pero son ‘lobos rapaces’.

Considere, de acuerdo a su criterio como padres, la posibilidad de instalar programas que limiten las descargas en forma parcial o total y/o que monitoreen la navegación.

Correo electrónico

El spam (correo no deseado) es perverso y no distingue edades. Mucho del que circula en el mundo tiene ofertas relacionadas con el sexo, con texto, imágenes y links. El algunos casos, también archivos adjuntos con tentadoras promesas al abrirlos.

Fijen como regla NO ABRIR ningún correo de personas que no conozcan y no hacer clic en ningún enlace ni abrir archivos si no proviene de un email conocido. No respetar esto puede llevarlos a sitios web no apropiados o los archivos adjuntos pueden contener virus con la capacidad de hacer mucho daño a su PC y a la información contenida.

Reglas Generales

Como reglas generales pueden establecer que:

Solo los padres cambian la configuración del navegador. Si los hijos sugieren algún cambio (ellos suelen saber más de esos temas), evalúenlo juntos y háganlo Uds. Si tienen dudas, consulten a algún amigo que entienda más.

Busque que la computadora esté ubicada en lugares de la casa por el que Uds. transiten o que puedan controlar de una pasada. Si la computadora está en un escritorio o en la habitación (ojalá que no), asegúrense que la puerta permanezca abierta.

No deben proporcionar información personal como direcciones, números de teléfono, nombre o situación de su colegio, ni dirección o número de teléfono de sus padres.

No deben responder a mensajes que sean originados en personas totalmente desconocidas por ellos, que evidencien ser malintencionados o que les hagan sentir incómodos. Deben ignorar al emisor y finalizar la comunicación. La mayoría de los programas utilizados incluyen la opción de bloqueo total de un email o un usuario, y esa es la que sin duda deben usar.

 No es su responsabilidad si reciben un mensaje no deseado, en cuyo caso, deben avisar a sus padres inmediatamente para que se pongan en contacto con el proveedor de servicios.

Nunca deben enviar a nadie su foto, datos de contacto ni nada parecido sin comprobar antes que todo es aceptable.

Nunca deben aceptar, iniciar o mantener encuentros, contacto o comunicaciones con alguien que hayan “conocido” en Internet sin el permiso previo de sus padres. Si los padres están de acuerdo con un encuentro, deben asegurarse de que se realiza en un lugar público y con la compañía de uno de ellos.

Otro asunto a tener en cuenta es el uso de la PC y de internet cuando los padres no están en casa o bien cuando acuden a un cyber o a la casa de un amigo. Deben comprender que las normas establecidas son para protegerlos y, al igual que los mandamientos y leyes de Dios, deben obedecerlas sin depender de si están los padres o no.

Internet ofrece privacidad y anonimato, pero eso no da derecho a comportarse de una manera incorrecta ni deja de lado las normas de educación propias de una sociedad ni los principios de un Santo de los Últimos Días.

Decida con sus hijos cuándo pueden conectarse, el tiempo que pueden pasar conectados, qué sitios son apropiados para ellos y los motivos para conectarse. Establezca las diferencias entre lo aceptable y lo no aceptable y defina los castigos por un uso indebido.

Si bien uno confía en los hijos, hágales saber que periódicamente realizarán controles imprevistos para asegurarse que todas las reglas acordadas se cumplen. A veces, los más avispados pueden intentar superarnos con sus conocimientos (y en algunos casos lo harían fácilmente). Un recurso para tener en cuenta es revisar la carpeta de archivos temporales, cookies, y ver los nombres que tienen, aunque nos resulten incomprensibles; es probable que podamos detectar si navegaron por páginas no autorizadas.

De todas maneras, hay muchas maneras en que pueden romperse las reglas que fijemos. Sin embargo, si estamos alertas y buscamos la inspiración, podremos compensar nuestra inexperiencia en el manejo de una tecnología que viene incorporada en los niños de hoy. Lamentablemente, poco pueden hacer de los cielos si nosotros nos desentendemos.

La Transfiguración de Brigham Young

24.12.2010 00:34

El jueves 8 de agosto de 1844 es uno de los días más importantes en la historia de la restauración, pues ese día ocurrió un milagro ante los ojos de toda la Iglesia congregada: el pueblo vio a Brigham Young transfigurarse y se resolvió la crisis de la sucesión en la Iglesia. Esa mañana a las diez, en el bosque, tuvo lugar una reunión especial para elegir un director, de acuerdo con los arreglos que había hecho William Marks. Sidney Rigdon habló durante una hora y media sobre sus deseos de ser el director de la Iglesia, pero no conmovió a nadie y no dijo nada que lo hiciera destacarse como el verdadero líder.

Brigham Young dijo a la congregación que de buena gana hubiera preferido pasar otro mes haciendo duelo por el Profeta muerto que verse obligado a atender tan pronto a la necesidad de nombrar un nuevo pastor.

Mientras les dirigía la palabra, se transfiguró milagrosamente ante la congregación. Había presentes personas de todas las edades, las cuales escribieron después sobre sus experiencias. Benjamin F. Johnson, que en esa época era un joven de veintiséis años, lo recordaba así: “Tan pronto como empezó a hablar me puse de pie como sacudido, pues en todos los sentidos era la voz de José [Smith], y su persona, el aspecto, la actitud, la vestimenta y la apariencia eran las del mismo José personificado; e instantáneamente supe que el espíritu y el manto de José descansaban sobre él” . Zina Huntington, que era entonces una señorita de veintiún años, dijo que “el presidente Young hablaba, pero era la voz de José Smith, no la de Brigham Young. Su persona misma cambió... cerré los ojos; y habría podido exclamar: £Sé que es la voz de José Smith! Sin embargo, sabía que él ya no estaba. Pero el mismo espíritu estaba con la gente”.

George Q. Cannon, un muchacho de quince años por aquel entonces, declaró que “era la voz del mismo José Smith; y no sólo era que su voz se oía, sino que a los ojos de los presentes era como si su propia persona estuviera enfrente de ellos... Vieron y también oyeron, con sus ojos y oídos naturales, y las palabras que se pronunciaron les llegaron al corazón acompañadas del persuasivo poder de Dios, y se sintieron llenos del Espíritu y de un gran gozo”.

Wilford Woodruff testificó lo siguiente: “Si no lo hubiera visto con mis propios ojos, nadie habría podido convencerme de que no era José Smith quien hablaba”.

Si se tienen presentes estas declaraciones, las palabras del mismo Brigham Young registrando los sucesos de ese día cobran un significado especial: “Se me llenó el corazón de compasión hacia ellos y, por el poder del Espíritu Santo, del espíritu de los Profetas, me fue posible consolar a los santos”.

A continuación, la reunión se suspendió hasta las dos de la tarde. A esa hora se congregaron miles de miembros para asistir a lo que sabían que sería una reunión muy importante. Una vez que los quórumes del sacerdocio ocuparon sus lugares correspondientes, Brigham Young habló francamente sobre la propuesta de Sidney Rigdon de ser el guardián de la Iglesia y sobre su separación de José Smith durante los dos años anteriores. Profetizó con firmeza: “Todo el que quiera atraerse a un grupo de la Iglesia para que los siga, que lo haga si puede, pero no prosperará”.

Continuó hablando y luego, volviendo al punto principal, dijo: “Si la gente desea que el  presidente Rigdon os dirija, puede tenerlo; pero yo os digo que el Quórum de los Doce Apóstoles posee las llaves del Reino de Dios en todo el mundo.

“Los Doce son nombrados por el dedo de Dios. Acá tenéis a Brigham, ¿le han flaqueado alguna vez las rodillas? ¿le han temblado los labios? Ahí tenéis a Heber [C. Kimball] y al resto de los Apóstoles, un cuerpo autónomo que tiene las llaves del sacerdocio, las llaves del Reino de Dios para todo el mundo: y esto es verdad, pongo a Dios por testigo. Ellos siguen a José [en autoridad] y son como la Primera Presidencia de la Iglesia”.

Luego explicó que el hermano Rigdon no podía tener más autoridad que los Doce, puesto que ellos eran quienes tenían que ordenar al Presidente de la Iglesia; exhortó a todos a verlo como amigo y afirmó que si él estaba dispuesto a cooperar con los Apóstoles y escuchar su consejo, entonces podrían actuar en absoluta unidad. Después del discurso del presidente Young, que duró dos horas, hablaron Amasa Lyman, William W. Phelps y Parley P. Pratt, cada uno de ellos expresando elocuentemente su apoyo a la autoridad que poseían los Doce.

A continuación, se levantó otra vez Brigham Young e hizo estas preguntas a la congregación: “¿Queréis que el hermano Rigdon se convierta en vuestro líder, vuestro guía, vuestro portavoz? El presidente Rigdon mismo desea que os haga otra pregunta primero, y es ésta: ¿Tiene la Iglesia el único deseo de sostener a los Doce Apóstoles como la Primera Presidencia de este pueblo?” Se presentó el asunto a votación y todos los presentes levantaron la mano; después, el presidente Young dijo: “Si hay alguien contrario a esta idea, cualquier hombre o mujer que no quiera que los Doce presidan, que levante la mano de la misma manera”. Nadie levantó la mano de la misma manera”.

Antes de dar fin a la conferencia, el presidente Young pidió la aprobación de los miembros en los asuntos siguientes: imponer el diezmo a los miembros a fin de completar el templo, mandar a los Doce a predicar por todo el mundo, pagar los gastos de la Iglesia, enseñar a los obispos cómo manejar los asuntos de negocios de la Iglesia, nombrar a un patriarca general para reemplazar a Hyrum Smith, y sostener a Sidney Rigdon con fe y oraciones. Con eso concluyó la conferencia. Una vez más, la Iglesia tenía una presidencia, el Quórum de los Doce Apóstoles, con Brigham Young como Presidente.

Tomado: Historia de la Iglesia

LA SOLEDAD DEL LIDERAZGO

24.12.2010 00:31

Por el Pte. Gordon B. Hinckley

Un discurso dado al cuerpo de estudiantes de la Universidad de Brigham Young el 4 de noviembre de 1969

Aprecio mucho la música de la banda [la Banda sinfónica de BYU, dirigida por Richard Ballot]. Todos ustedes están ahora bien despiertos después de eso, así que haré lo que pueda para regresarlos a su estado anterior.

He venido aquí hoy sin un discurso escrito. Tenía uno, pero lo descarté. Me desperté a las cinco de la mañana pensando en algo más, pero cuando termine supongo que ustedes dirán “debería haber seguido durmiendo”.

No estoy aquí para predicar, y no les quiero predicar a ustedes. Es fácil predicar y lo hacemos bastante a la gente joven. Simplemente quiero hablar con ustedes. Creo que valen el tiempo que pase con ustedes. Creo que valen que razonemos juntos.

Este es un servicio devocional. Tengo solo un deseo y es compartir algunos pensamientos en una manera muy informal, con la esperanza y ruego de que pueda traer alguna pequeña medida de inspiración hacia ustedes que los inspire. Pienso que lo necesitan, que todos lo necesitamos. Oré esta mañana para poder ser capaz de hacerlo, para ser guiado por el Santo Espíritu, y espero que sus oraciones acompañen a la mía.

Presidente Nixon: Supongo que muchos de ustedes al igual que yo, miraron anoche al Presidente Nixon dirigirse a la nación y ser escuchado por el mundo. Lo observé con mucho interés. Lo observé al limpiar el sudor de su rostro, dándome cuenta, estoy seguro, de la importancia de lo que decía. Al verlo así pensé en la terrible soledad del liderazgo.

La soledad del Liderazgo: Es verdad que él tiene consejeros. Los tiene a su disposición y puede llamar a cuantos hombres pueda para consultar, pero cuando todas las astillas han caído, tiene que enfrentarse solo al mundo, como debe ser. Los consejeros no enfrentan el fuego de cañón de la opinión pública. Eso recae en el líder.

Al sentir yo la soledad del liderazgo por observarlo vinieron a mi mente palabras atribuidas a la Reina Victoria: “Sin calma descansa la cabeza del que lleva la corona”.

La guerra de Vietnam: Si el Señor me inspira querría hablar brevemente sobre eso. Se me preguntó cuando alguien supo que iba a hablar aquí, que dijera algo sobre la guerra de Vietnam. Estoy no muy bien dispuesto a hacerlo, pero pensando en términos del tema en general expresaré algunos pensamientos. Tengo muchos sentimientos en cuanto a este conflicto. He estado en Vietnam del Sur un número de veces. He presenciado el crecimiento de nuestras fuerzas de ser un puñado la primera vez que fui en 1961 a los 540.000 que había la última vez. Tengo un poco de sentimientos amargos sobre los aspectos del conflicto. En conversaciones privadas he hablado calmadamente, nunca en público, con cierto criticismo incisivo por algunas cosas que observé. He estado en situaciones en donde traté de consolar a aquellos que dolían sobre la pérdida de hijos escogidos. He llorado al retirarme de la cama de aquellos que han sido mutilados de por vida. Pienso haber sentido muy agudamente los sentimientos de muchos de nuestros jóvenes concerniente a este terrible conflicto en el que estamos embarcados, pero estoy seguro que estamos allí por causa de un gran espíritu humanitario en los corazones de esta nación. Estamos ahí en el espíritu de ser guardas de nuestros hermanos. Tengo confianza en que hemos sido motivados por consideraciones de este tipo más allá de las actitudes sobre la conducta de la guerra, de nuestros sentimientos sobre la diplomacia de nuestra nación, y debemos vivir con nuestra conciencia por aquellos cuya libertad hemos luchado por preservar. Estamos allí, y nos encontramos en una posición muy solitaria como líderes en el mundo, criticados tanto en el hogar como en el extranjero.

Vivir con nosotros mismos: Hay una gran soledad en el liderazgo, pero repito, tenemos que vivir con nosotros mismos. Un hombre tiene que vivir con su conciencia. Un hombre tiene vivir a la altura de sus sentimientos profundos, como lo hace una nación, y debemos enfrentar la situación. Se de pocas alternativas, si hay algunas, con las que tenemos que vivir más allá de la alternativa con la que nos vemos inmediatamente enfrentados. Pienso que es eso de lo que quiero hablar hoy.

Hay soledad en cada aspecto del liderazgo. Pienso que de alguna manera lo sentimos en esta Universidad. BYU está en boca de discusión en toda la nación hoy en día por algunas de nuestras prácticas y políticas, y por nuestros procedimientos, pero quiero ofrecer el pensamiento de que ninguna institución ni ningún hombre jamás ha vivido en paz consigo mismo en un espíritu de compromiso. Debemos mantenernos por las políticas que hemos adoptado. Podremos preguntarnos [maravillarnos o cuestionarnos] en nuestros corazones, pero debemos mantener esa posición establecida ante nosotros por aquel que nos guía, nuestro profeta.

El Salvador caminó solo: Siempre ha sido así. El precio del liderazgo es soledad. El precio de adherirse a la conciencia es soledad. El precio de seguir principios es soledad. Pienso que es ineludible. El Salvador del mundo fue un hombre que caminó en soledad. No conozco de cualquier otra declaración que remarque más este hecho que esta patética [triste] oración:

...las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza. (Mateo 8:20)

No hay una imagen más solitaria en la historia que aquella del Salvador en la cruz, solo, el Redentor de la humanidad, el Salvador del mundo, llevando a cabo la exaltación. El Hijo de Dios sufriendo por los pecados de los hombres. Al pensar en ello, reflexiono en lo dicho por Channing Pollock.

“Judas con sus treinta piezas de plata fue un fracaso. Cristo en la cruz fue la mayor figura de tiempo y eternidad.”

José Smith: De la misma forma, José Smith fue una figura de soledad. Tengo un gran amor por el niño que salió de los bosques, que después de esa experiencia nunca pudo ser el mismo otra vez. Que fue ultrajado y perseguido, y visto despectivamente. ¿Pueden sentir la [tristeza] en estas palabras del niño profeta?

...Porque había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo; por lo menos, sabía que haciéndolo, ofendería a Dios y caería bajo condenación. (JSH 1:25).

Hay pocas imágenes más penosas, no al menos en nuestra historia, que la del profeta siendo llevado a través del río Mississippi por Stephen Markham, sabiendo que sus enemigos intentaban asesinarlo, mientras que algunos de los suyos lo acusaran de huir. Escuchen esta respuesta:

Si mi vida no es de valor para mis amigos, no es de valor para mí. (DHC 6:549, junio de 1844).

La Historia de la Iglesia: Esta ha sido la historia de esta Iglesia, mis jóvenes amigos, y espero que nunca lo olviden. Vino como resultado de la posición de liderazgo impuesta sobre nosotros por el Dios del cielo que llevó a cabo la restauración del evangelio de Jesucristo.

Cuando la declaración concerniente a que está es la única Iglesia viviente y verdadera sobre la faz de la tierra fue hecha, se nos puso inmediatamente en una posición de soledad, la soledad del liderazgo de la que no podemos encogernos ni huir, y la que debemos enfrentar con osadía, valor, y habilidad. Nuestra historia es una de expulsiones, de ser emplumados y embreados, o de ser perseguidos y cazados. Recientemente hemos experimentado una nueva ola de criticismo, como muchos de ustedes ya saben.

Me remito a estas palabras de Pablo:

...atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, mas no destruidos; (2 Corintios 4:8-9). La soledad de un misionero: Anoche hablé con el padre de un misionero. El dijo “Recién hablé con mi hijo que está en otra tierra. Está derrotado. Está destruido. Está solo y tiene miedo. ¿Qué puedo hacer para ayudarlo?”

Le respondí, “¿Hace cuanto que se encuentra allí?”

El dijo, “Tres meses”

Le dije, “Supongo que esa es la experiencia de casi cada misionero que ha estado allí por tres meses. Casi no hay ningún joven o jovencita que ha sido llamado para ir al mundo en una posición de responsabilidad para representar a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que no haya sentido en gran parte del tiempo, estoy seguro, en los primeros meses de su misión la terrible soledad de esa responsabilidad. Pero también aprende, al trabajar en el servicio del Señor, la dulce y maravillosa compañía del Espíritu Santo que suaviza y lo rescata de esos sentimientos de soledad.”

El converso solitario: Lo mismo ocurre con un converso. Estuve pensando esta mañana de un amigo que conocí cuando servía en la misión de Londres treinta y seis años atrás. Recuerdo una vez que vino hasta nuestro departamento en una noche lluviosa. Golpeó la puerta y lo invité a pasar.

El dijo, - “Tengo que hablar con alguien. Estoy solo. Estoy acabado.”

- “¿Cual es tu problema?”

- “Cuando me uní a la Iglesia poco más de un año atrás, mi padre me dijo que me fuera de su hogar y nunca regresara, y nunca he sido desterrado.”

“Hace algunos meses el club de cricket del que soy miembro me expulsó, me prohibieron la membrecía los chicos con quienes crecí y con quienes fui tan cercano y amigo.”

Luego agregó, “el mes pasado mi jefe me despidió por ser miembro de esta Iglesia y por no poder conseguir otro trabajo he tenido que pedir limosna.”

“Anoche la chica con la que salí por un año y medio me dijo que nunca se casará conmigo por ser Mormón.”

Le respondí: “Si esto le ha costado tanto, ¿por qué no abandona la Iglesia y vuelve a la casa de su padre, a su club de cricket, y al trabajo que tanto significaba para usted, y a la mujer que piensa que ama?”.

El no dijo nada por lo que me pareció un tiempo muy largo. Entonces, agachando su cabeza entre sus manos lloró y lloró. Finalmente me miró y a través de sus lágrimas dijo: “No podría hacer eso. Sé que es verdad, y aunque me cueste la vida nunca podría renunciar.” Recogió su capa mojada y caminó por la puerta afuera en medio de la lluvia. Mientras lo observaba pensé de la soledad de conciencia, soledad de testimonio, soledad de fe, y en la fortaleza y consuelo del Espíritu de Dios.

La soledad de Testimonio: Quisiera concluir diciendo aquí hoy, a ustedes hombres y mujeres jóvenes que se encuentran en esta basta congregación: esta es su suerte. Oh!, están aquí todos juntos hoy, son todos de un mismo tipo, de un mismo parecer. Pero se están preparando para ir afuera a mundo en donde no tendrán diez mil, veinte mil, veinticinco mil otros como ustedes. Ustedes SENTIRAN la soledad de la fe.

No es fácil, por ejemplo, ser virtuoso cuando todos a su alrededor son los que se burlan de la virtud.

No es fácil ser honesto cuando todos a tu alrededor son los que se interesan en hacer “dinero rápido”.

No es fácil ser industrioso cuando todos a tu alrededor son los que no creen en el valor del trabajo.

No es fácil ser un hombre de integridad cuando todos a tu alrededor son los que violan los principios por conveniencia.

La Paz del Espíritu: Quisiera decirle a los que están aquí hoy, mis hermanos y hermanas, que hay soledad, pero un hombre de su tipo tiene que vivir con su conciencia. Un hombre tiene que vivir con sus principios. Un hombre tiene que vivir con sus convicciones. Un hombre tiene que vivir con su testimonio. A menos que lo haga, el es miserable, terriblemente miserable. Y aunque haya espinas, aunque haya desilusiones, aunque haya problemas y penurias, dolores del corazón, congojas, y desesperación y soledad, también habrá paz y consuelo y fortaleza.

Una promesa y una bendición: Me gustan estas grandiosas palabras del Señor dadas a aquellos que salen y enseñan este evangelio:

..Iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros. (Doctrina y Convenios 84:88)

Yo pienso que es una promesa para cada uno de nosotros. Yo lo creo, yo lo sé. Doy mi testimonio de su veracidad ante ustedes este día.

Dios los bendiga, mis queridos jóvenes amigos, ustedes de noble nacimiento, ustedes del convenio, ustedes que son la más grande esperanza para esta generación. Hombres y mujeres jóvenes de habilidad y conciencia, de liderazgo y de tremendo potencial.

Dios los bendiga para caminar temerariamente aunque lo hagan en soledad, y para que conozcan en sus corazones la paz que viene de regir su vida por principios, la “paz que sobrepasa todo entendimiento”. Es mi humilde ruego, al dejarlos con mi testimonio de la divinidad de esta santa obra. Como un siervo del Señor, invoco sobre ustedes cada gozo a medida que avanzan en sus vidas para enriquecer y fructificar maravillosamente la experiencia de su vida, en el nombre de Jesucristo. Amén.

Tomado : BibliotecaSUD;

Revisado Administrador Legacy

Una gran obra de DIOS

24.12.2010 00:28

Por el Presidente Dieter F. Uchtdorf 

Testifico que  esta “gran obra de Dios” se encuentra  hoy en la tierra. Doy testimonio de que  el Señor vela por Su Iglesia y la dirige  por medio de Su profeta, el presidente  Thomas S. Monson. No es una bendición  cualquiera el vivir en estos últimos días; es  una época gloriosa, predicha por profetas  de la antigüedad, de la que se ocupan  huestes cuidadosas y angelicales.

6 de abril de 1830

Hace ciento ochenta años, José Smith, Oliver  Cowdery y unos cuantos más se reunieron para  organizar La Iglesia de Jesucristo de los Santos  de los Últimos Días. Según lo que indican los registros, se  trató de una reunión simple pero espiritual. José registró  que después de la Santa Cena “el Espíritu Santo se derramó sobre nosotros abundantemente; algunos profetizaron,  en tanto que todos alabamos al Señor y nos regocijamos  en extremo” .

Los acontecimientos de aquel día pasaron desapercibidos ante el mundo; no se publicaron en primera plana ni  hubo heraldos que los anunciaran. No obstante, ¡cuánto se  habrán regocijado los cielos y cuánto habrán glorificado a  Dios, ya que en aquel día la Iglesia de Jesucristo regresó a  la tierra!

Solomon Chamberlain

Desde aquel entonces hasta hoy, millones de hijos e  hijas de nuestro Padre Celestial llenos de fe han obedecido  los susurros del Espíritu Santo y han entrado en las sagradas aguas del bautismo; entre ellos se encuentra uno que  se llamaba Solomon Chamberlain. 

Solomon era un hombre espiritual que dedicó muchas  horas a la oración en busca de la remisión de sus pecados,  rogándole al Padre Celestial que lo guiara a la verdad.  Alrededor del año 1816, Solomon recibió en una visión  la promesa de que llegaría a ver en vida el día en que  la Iglesia de Cristo fuera organizada después de que se  estableciera nuevamente en la tierra el orden  apostólico. 

Años más tarde, Solomon viajaba en barco  hacia Canadá cuando su nave se detuvo en el  pequeño poblado de Palmyra, Nueva York,  lugar donde sintió una fuerza apremiante  que lo instaba a desembarcar. Sin saber por  qué estaba allí, empezó a conversar con los  lugareños, y no demoró en enterarse de una  “Biblia de oro”. Dijo que esas tres palabras le  hicieron sentir “una fuerza que como electricidad me recorrió el cuerpo de la coronilla  a la punta de los dedos de los pies”. 

Sus indagaciones lo condujeron al hogar de la familia Smith, donde habló con los que ahí estaban sobre las maravillosas nuevas del Evangelio restaurado.  Después de una estadía de dos días en la que obtuvo  un testimonio de la verdad, Solomon prosiguió su  viaje, llevando consigo 64 páginas sueltas y recién  impresas del Libro de Mormón. Por doquiera que  iba, enseñaba a las personas “ya fueran de la clase alta  o baja de la sociedad, ricas o pobres… a fin de que se  preparasen para la gran obra de Dios que estaba a punto  de salir a la luz” .

 Una gran obra de Dios

A partir de aquel día de abril de 1830, millones han descubierto la verdad del Evangelio restaurado y han entrado en las aguas del bautismo. Testifico que  esta “gran obra de Dios” se encuentra  hoy en la tierra. Doy testimonio de que  el Señor vela por Su Iglesia y la dirige  por medio de Su profeta, el presidente  Thomas S. Monson. No es una bendición  cualquiera el vivir en estos últimos días; es  una época gloriosa, predicha por profetas  de la antigüedad, de la que se ocupan  huestes cuidadosas y angelicales. El Señor  tiene presente a Su Iglesia, y también a  aquellos que, al igual que Solomon  Chamberlain, obedecen los susurros del Espíritu Santo y se unen  a sus hermanos y hermanas que  en todo el mundo colaboran  para llevar a cabo esta gran  obra de Dios

Tomado de: www.iglesiajesucristosud.org

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